sábado, 30 de noviembre de 2013

Walden (Outtake de Julia)

Entendí mi devenir a través del espacio como una interminable sucesión de patios de ladrillo gastado, baldosa cocida y canteros de helechos húmedos y lechos de musgo. El balance perfecto entre naturaleza viva y manufactura es un desbalance incierto en el cual la naturaleza viva invade dubitativa el espacio humano y el hombre, que se cree otra cosa, se defiende a través de inocuos canteros de ladrillo. Todos los patios son ortogonales y discurren varios niveles por sobre el nivel cero de la ciudad. Quizás fuera de los muros, apenas más altos que yo, esté la calle post-lluviosa, diurna, gris y luminosa, tardía, quizás esté fuera de los patios y los pasajes que van de puerta a puerta de sitios suficientemente familiares como para ir sin miedo a la sorpresa y suficientemente extraños como para seguir caminando. No puedo saber si fueron concebidos para ser patios, o fueron espacios residuales, víctimas de las fachadas repetitivas de los edificios viejos y altos que entretejen esta trama. Las casas o los remates de los edificios son todos bajos, las canaletas cobran protagonismo corriendo por sobre los techos sin tejas, sobre los canteros y por debajo de ellos y con ellos. El rumor de la ciudad está siempre, pero rumor, gestalt mediante, excede el tránsito apagado, el piar empapado de los gorriones entre las ramas de los gomeros, las gotas que quedaron sobre las copas y que deslizan perezosamente entre las nervaduras de las hojas y estallan en síncopas sobre las hojas más abajo y en arritmias sobre las ramas. Rumor es la voz de la ciudad, y la voz es polifónica, pero es una. Los patios albergan sus ecos en sus concavidades rectas y sus esquinas rústicas. Mi devenir no es ese del eco, sino el pasar de la materia consciente, que bajo ningún concepto toca límite alguno. Una pared de ladrillo: el más grosero de todos ellos. Los patios son interminables e irrepetibles y aun terriblemente parecidos, como si quien los hubiese horadado en la cordillera de barro cocido sorteara la arquitectura, no a los dados, pero si a una lotería infinita. Las puertas están abiertas, el agua discurre sobre el barniz y los interiores funden en negro en ambos extremos de un corredor. La luz me invade al emerger al enésimo patio, sobre una esquina carcomida por los elementos y marcada por las rayas en fuga de los abedules, y verme la nuca en la puerta de enfrente.